viernes, 10 de diciembre de 2010

Estoy esperando a que llegues de trabajar. Me da la sensación de que últimamente no hago otra cosa que esperar.
Esperar que no llueva,
esperar que me aprueben,
esperarte despierto a las tantas de la noche.
Espero que la gente cambie de opinion,
espero que la gente me escuche cuando hablo,
espero que sepan guardar un secreto,
espero no tener que guardarlos yo y aprender a no tener secretos.
Pero me he cansado de ver la lluvia caer, de trabajar como un cerdo, de aceptar opiniones que no son aceptables.
Estoy hasta las narices de gritar porque no se me escucha y de tener que tragarme la verdad por el miedo a herir a la gente. A mi gente.
No me gusta mentir, no me gusta gritar ni fingir que todo anda bien.
Porque no es así.
Porque yo no soy así.
Porque la vida es muy corta como para ir con chorradas.
Mentir no sirve de nada y tarde o temprano la verdad sale a relucir sin miramientos, jodidamente clara.
Pero te espero una vez más en la cama despierto.
Fumo y escribo como un poseso, intentando con ello psicoanalizarme, llegar a una conclusión sobre los desastres de mi vida. que profundo suena pero que poco importa. Para rellenar que se dice. Y que malo que soy en esto.
Y es ahora también, cuando todo está en calma, que soy más sincero conmigo mísmo. Quiero la verdad, pues ahí van dos tazas. Que uno es paciente, pero no gilipollas. Porque nadie como uno mísmo para sacarse los colores.
Te quiero esperar despierto pero se me cierran los ojos. Es tumbarse en la cama y quedarme en estado vegetativo.
La saliva en la comisura de los sueños.
Otras veces me tumbo y me pongo cachondo. Pero me hago viejo, de un Viejo que no me aguanto y lo primero suele ganar a lo segundo. No pienso mentir más, si soy Viejo, pues de esos que joden. De los que dicen las verdades como templos y estan de mala uva per sempre. Por que no hay nada como un buen par de arrugas para envalentonarse.
Quiero despertarme mañana con los deberes hechos. Y mi primera tarea es no esperar. Asique me voy a dormir.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Holanda es fría y húmeda pero aquí dentro se amenece despacio.
De noche no hay ruido, porque no hay coches, si acaso dos o tres aparcados bastantes distantes unos de otros.
Hay un parque en frente de casa, arrinconado entre edificios, un parque de hierba y cuatro árboles, uno por esquina. En el medio se alza una larga hilera de cuadros coloridos e infantiles. Pero el parque está cercado con una larga y alta vaya de madera. Cómo se puede disfrutar de una parque arrinconado?
He llegado a la conclusión de que los holandeses son un poco contemplativos.
será lo verde que sale de sus chimeneas; será quizás el ejército de bicicletas que los preceden o los kilómetros de aguas verdes y acanaladas.
Será todo esto por que son contempativos? Lo cierto esque no lo sé ni me importa, pero estoy empezando a mancharme de sus costumbres.
No puedo parar de contemplarte, como si fueras una estatua en el parque. Será que Holanda me gusta más cuando tu estás en ella. o que me gustas más ahora que estoy en Holanda. Será que te quiero o lo azul de tus pupilas. Pero te quiero.

jueves, 2 de diciembre de 2010

YO

Yo


Ahora que no estoy te lo contaré todo.

Yo era feliz cuando corría desnudo por la orilla, la cola colgando, la lengua de trapo.
Yo leía los dibujos de los libros con los ojos desorbitados.
Yo tiraba de la falda de mi abuela.
Yo reía cuando veía a mi abuelo sonreír.
Yo temblaba cuando te besé por primera vez.
Yo aprendí que quererte no era fácil y que querer dolía y cegaba a partes iguales.

Te diré que no te echo de menos a todas horas.
Te diré que el vino ya no corre de mi cuenta.
Te diré que yo no era el que tú llamabas a gritos en la cama.
Te diré que yo nunca fui el que tú llamabas a gritos en la cama.

Y sin embargo te quise.
Por tus medias rasgadas y tus hombros hundidos.
Por tu manía de conjuntar la ropa con el tono de los días.
Por colocar las tazas del revés sobre el fregadero.
Por ordenar cronológicamente los vinilos de antaño y los antaños en álbumes.

Era feliz cuando mis labios conservaban tu olor de por las mañanas, a recién dormida.
Cuando fumabas desnuda sobre la encimera un cigarro con dos dedos.
Te quise por el simple hecho de existir.

Ha llovido mucho y el agua, constante y rotunda se lo lleva todo despacio y sin hacer ruido.
Por eso quiero contarte cómo era entonces mi mundo.
Mi mundo de las fotografías en papel, de las cartas a mano y los primeros walkman.
Para que no se olvide. Para que nunca se olvide. Para que se sepa de dónde vinimos, dónde comenzamos a vivir de verdad. Si acaso toda mi vida es un comienzo, que se sepa que alguna vez viví siendo consciente de la vida y no de la muerte ¿Lo entiendes? Y si debo añadir algo para que lo comprendas,
di que viví.


VLM

jueves, 18 de noviembre de 2010

Nadie

Toda una vida para darte lo que quiero. Y sin embargo te vas, te has ido, te fuiste. Bueno, el tiempo pasa. Ahora es distinto y el cigarro se ahoga en el cenicero y el té se enfría en la taza.
Hace un minuto esa nube no estaba ahí y tampoco esa mancha en la camisa, pero debo adaptarme. Y mi hermana me mete prisa y el té sigue caliente. Nos llevamos unos, varios, muchos años todavía, y es ella quién me los quita cuando sonríe de esa forma tan suya, tan torcida e inocente. Sí, lo sé, son dos conceptos difíciles de mezclar, pero la inocencia siempre se tuerce. Tarde o temprano.
Otra vez el tiempo que no cesa, que no espera.

¿El tiempo envejece o madura?

No sé nada.
Y tú lo sabes todo, hasta que yo no sé.
Gira, cuchara, gira, aspira niño el humo de mi cigarro, algún día morirás igual que yo, y ella no me habrá dado tiempo para nada.
En Sarajevo ya no se caen los tejados por las bombas, pero ella me contó que cuando paseas por sus calles te duelen sus tejas, tan retorcidas de no saber a quién pertenecen.
Y es que el tiempo sigue oxidando el hierro en las metrallas de Sarajevo.
Como lo hace aquí.
Como lo hace en todas partes.

Ahora tomo el té sin azúcar y es tu culpa, por haberme embestido con tu comida saludable y pausada los domingos por la tarde. Vocifero a la televisión por tanta patraña y pulso el botón del mando tan fuerte como si así pudiera matarla.
Yo solo quiero mi té y mi cigarro de las mañanas.

El bourbon de ayer se ha colado en mi cabeza y mis tripas se quejan. Y la insatisfacción de no poder amarte ni escribiendo, me dilata el estómago. A mí, que me gustaba esconderme en los cafés con un libro en las manos, hoy ni libros ni anonimato en los bares, porque algo de mí se ha perdido en tus ojos y no quieres devolvérmelo. Desnúdame por dentro de la ropa y busca la pieza que falta. Lleva tu nombre escrita.
Mientras tanto te cuento que ayer no paraba de repetir una y otra vez al teléfono:

Just say love
Just say love
Just say...

Y Nadie contestó y me dijo que tú no estabas y que ahora yo era Nadie para ti.

Cómo duele ser Nadie.

Por eso me di al bourbon con fervor y parsimonia, sabiendo que tenía todas las noches para olvidarte.

Podría contar el paso del tiempo con las caladas de un cigarro, pero se quedaría corto. Podría hacerlo con los sorbos de té. Y aun sería corto. Podría repetir tu nombre, pero de nada valdría si tú no me escuchas. Así que a la mierda el tiempo y sus tejas oxidadas y tus comidas verdes y bajas en azúcar.

Solo quiero dormir tanto como la vida me deje y como mi hermana me permita.
Y su agonía de tacones. Y su estruendo de pulseras.
Tanto la quiero que la aborrezco a veces. Con consistencia.

Yo sólo pedía tiempo para amarte y que me dejaras mañana alisar las arrugas de tu rostro para encontrarte. Necesito todo el aire del mundo cuando me mareo. Y ahora necesito aire, pero solo tengo tiempo. Tiempo para entender que no me quieres y que tampoco lo harás mañana. Porque tú no estirarás mis arrugas para encontrarme.
Como haría yo.
Como se hace en todas partes.





Qué manera más tonta de desperdiciar el té.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Poco Hombre Poco

Poco Hombre Poco


El té se acabó


y su sabor amargo

prevalece

en la punta de mi lengua,

en lo oscuro de mi garganta

Mis pulmones

consumieron

todo el tabaco posible

y hoy me siento más pesado,

el aire más denso.

Te estuve esperando con los ojos rojos,

las manos impacientes y los pies fríos.

Dónde estabas,

no lo sé,

pero una lluvía fina

caló los huesos y el alma

de este poco hombre poco.

No pude alejarme de la pantalla

y lo mortecino de su luz

cegó mi ilusión y quebró mi sueño.

Es difícil

dormir,

vivir,

amar sin tí.

Es duro no verterme junto a ti

y no estás

en el reflejo del espejo,

en esa foto,

junto a mi almohada,

desnudo de todo,

vacio de todo.

Qué quieres que te diga

si la costumbre de tus manos

ya no acaricia mi cuerpo.

No estoy para nadie,

ni el cielo

ni el té

ni el tabaco

están para mí tampoco.

Te busco en mis recuerdos

y tu rostro y tus manos y el cielo en tus ojos

se difuminan y no te veo.

Cuando mi voz de barro

emitió un desconche

supe

que era tarde para lamer

mis heridas y escapar

de todo, porque todo

lo mío eras tú

pero

tú no eras todo lo mío.

Y no pude olvidarte

y me repito

como un autómata

en un cuerpo de venas y sangre oxidada,

just say love.

Just say love

just say it

just love.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Hoy Soy

I si aun sigo vivo,
Si mi vida es mía,
Que debo hacer.

¿Tener todo lo que necesito,
lO Que veO?

Si aun sigo vivo
Que mi corazón huya del pulso aletargado y seguro de las tortugas.

I si aun sigo vivo,
Que se me dispare el pulso,
Eso es,
Y
que
corte
Y
que
vuele
Y
que
salte
Y
que
renuncie
A
Frenar
En
Seco.

Una mierda voy a parar ahora.
Y si,
Y si,
Y si,
Ya esta bien.
aun seguiré vivo
Si mi vida es mía.

Recuerda que hoy soy libre de todo
Discuto,
Mañana ya se verá.

Hoy soy,
Mientras tanto sigo vivo,

domingo, 7 de noviembre de 2010

Descúbreme el mundo

Luciente y reluciente
deslumbras mis ojos
cada vez que te miro.
Creces en mis manos
cuando respiras
y te descubres desnudo
al sol y sabes a sal
y a sangre y a espuma
y a potente juventud.

Descúbreme el mundo
y te lo daré todo.
siente en mi aliento
tu aliento de vida
y tu latido airado
y embravecido.

No sé cómo fue
pero noté correr la sangre
de las heridas en tus manos
aun cuando no conocía
ni la existencia de tus brazos.

¿Es la vida eterna
si a tu lado existo,
enamorado del cielo en tus ojos,
del ardor en tus labios?

I´m easy, dijiste
con tu acento anglicano
y te tuve que besar
por miedo a perderte.

Pero, dime,
cuánto hace que tu saliva es la mía,
cuánto hace que acaricias
mis manos con tus manos,
acostumbradas a no existir
enraizadas en las tuyas.

Madrid no es Madrid sin ti,
ni la vida ni la muerte
existen al verterme
en tus pupilas.

Soy todo tuyo cuando no estás
y cuando lo estás ami lado.
¡Qué fugaz el tiempo ahora!
¡Qué lento entonces!

Are we faithfull to each others?
preguntaste,
of course,
contesté de inmediato.

Y no puede caber
otro sol en mi pecho
cuando tú
ya estás dentro,
calentando
y esforzándote en verter
todo tu ser
en este invierno de entrañas,
en las que la nieve
estaba condenada a ser
charco en mis manos.

No quiero, que no quiero
pisar donde no has pisado
ni que recorran mis pies
pueblos que no has conocido.

Y habitar es vivir
y yo habito entre tus párpados
y eres el brillo del sol
y el sol mismo en su ocaso.

Tu sabor prevalece tibio
al recordarlo en mis labios
y tu palidez enciende la noche
con más fuerza que los astros.

¿Qué eres acaso?
¿Acaso eres?
Existes y yo existo
si tu existes.

La alegría se desborda
en mi sonrisa
y se agudiza
con el sudor de tu espalda

¡Qué calidez acolchada
la de tus dedos en mi pecho!
Tacto sobre tacto
Y mi tacto dentro y fuera de tu cuerpo.

Vivir sin ti no es vivir
y Madrid se despierta
más oscura
de cómo acostumbra.
El rumor de unos tacones lejanos
late en la penumbra
de sus calles y en sus calles
escribo un poema
en el reverso de una postal,
la postal en un sobre
y el sobre en mi regazo.

Y pienso en ti y en mí y en un país
que no es el nuestro.
Allí deambularemos
allí descubriremos
rincones y escondites
y canales y avenidas
y podré quererte más y más
a cada esquina que giremos.

Descúbreme el mundo,
por favor,
hazlo,
porque
Te quiero y Te quiero
y ni tan siquiera
me has besado lo suficiente
para saciar
mis labios de tus labios
extrañados.

viernes, 5 de marzo de 2010

Era tarde cuando llegó la lluvia
Y yo llegué pronto
Para ver las primeras gotas
deslizarse por las baldosas de la calle

Era tarde cuando cesó la lluvia
Y yo llegué pronto
Para ver las últimas gotas
Secarse en las baldosas de la calle

Era tarde cuando llegaste tu
Y yo llegué pronto
Para ver como
las primera y últimas
gotas de lluvia
Se agolpaban en tu pelo,
buscando la armonía
en tu eternidad de rizos.

El beso fue inconsciente,
nacido de la rutina
de tardes esperándote
en la boca del metro.

despierta, despierta
maldito loco,
es tan solo un beso de tantos.
Nuestros besos,
Solo nuestros,
Pero tantos...

Fundiste tu mano en el hueco de mi brazo
Y caminamos, despacio,
Desgastando la acera a cada paso.

De pronto me detuve y te extrañaste,
Mostrando en tu rostro
Lo antiguo de las arrugas.

Pensé,
joder,
la eternidad no es armoniosa.

Bésame que se agota el tiempo.

sábado, 30 de enero de 2010

11:22


Había pasado una semana desde que llamé a la Editorial y un día después llegaron mis nuevos vecinos. Aparcaron frente a su casa un gran todoterreno negro, de formas elegantes, diría incluso presuntuosas, de cristales oscuros y llantas impolutas. Se bajaron con ademanes estudiados y repetidos hasta la saciedad. Mantenían una conversación intensa, interrumpida de a pocos por sonoras carcajadas y gestos exagerados. El conductor llevaba un jersey gris y unos vaqueros desgastados y había guardado las llaves del coche en el bolsillo trasero del pantalón. El copiloto era un poco más bajo, pero sus espaldas doblaban las de su compañero y sus brazos lucían fuertes bajo una sudadera arremangada. Subieron al porche y observaron toda la calle, en silencio, antes de entrar en su nueva casa, sin olvidarse de la caja que había en el felpudo. El más bajito torció el gesto e introdujo el juguete por completo en la caja, intentando remendar el agujero del cartón.
No volví a verlos hasta una semana después, de manera fugaz, cuando bajé al pueblo con Nylon.


Era martes y mes y medio antes había avisado de mi despido. Desde luego no era el trabajo de mi vida, pero me gustaba lo suficiente como para haber estado casi 6 años allí, la mitad de ellos fijo. Pero mis expectativas eran otras. Cuando me llamaron de la universidad de Wisconsin y aseguraron estar interesados en mi colaboración no lo dudé. Trabajar en ésto podía abrirme muchas puertas, y las oportunidades que se me planteaban eran inmensamente apetecibles. Tuve que desempolvar todas aquellas cajas apiladas en el garaje que contenían mis trabajos de investigación. Tiré la mitad de ellas, pues contenían únicamente borradores y bibliografía ya desfasada. Recopilé y ordené aquellas que me serían realmente útiles. Pero el verdadero trabajo no había hecho más que empezar.

Deslicé los dedos por el teclado, buscando las palabras que darían inicio a mi proyecto. Cambié el formato de página e introduje mi clave wi-fi para poder trabajar desde el jardín con mi portátil. Busqué el tabaco por la cocina y preparé un té bien cargado. Paseé por el jardín y jugué con el chucho un rato. Fregué la cocina. Le di una mano a los lavabos y estuve hablando por teléfono con Nacho durante media hora.
No sabía si me aterraba el hecho de empezar a escribir o el ser incapaz de hacerlo. Tenía la mente en blanco. Cuando terminé la cajetilla, decidí ir a comprar más. Enseñar la correa a Nylon lo ponía eufórico y su hocico se dilataba vertiginosamente. Me encantaba su sencilla comprensión de las cosas. Comer, dormir, correr, jugar, hacer pis y copular. Eso era la verdadera vida.

Cuando regresamos, el sol en su zenit cubría todo con su lluvia de sangre.
Entramos por el jardín. La puerta trasera de la cocina se negaba a abrirse y la llave se quebró en la cerradura. No podía creerlo. Me senté en las escaleras, cansado de luchar contra un día que se negaba a morir. Solté a Nylon de la correa y salió corriendo por el jardín. Esperé a que las estrellas crearan el horizonte.
Cuando fumaba, Nylon no solía acercarse, le molestaba el humo como a un gato el agua. Pero me extraño no verlo por el jardín ni escuchar su jadeo ni sus patas en la arena que siempre removía. Le llamé varias veces, sin respuesta. Asustado, con la sensación de tener un nudo enorme en el estómago, rodeé la casa, esperando encontrarle. Tampoco estaba en la entrada. Corrí por la calle y crucé la avenida, oteando cada uno de sus múltiples y conectados brazos. Desesperado, me senté en el asfalto, y hundí la cabeza entre mis piernas, presionando mis ojos contra las rodillas, intentando, en vano, no derramar una sola lágrima. El sonido de un claxon ahuyentó mi rabia de golpe, devolviéndome a la realidad, de la que nunca debía haber salido. Nylon sabía cómo volver a casa, y posiblemente estaría sentado sobre el felpudo, esperándome, pero no podía evitarlo. Hoy había sido un cúmulo de estúpidas circunstancias y al final exploté. Regresé despacio, silbando su nombre sin cesar.

Cuando llegué a nuestra calle, una maraña de pelos se abalanzó sobre mí, ladrando y lamiéndome la cara. Lo abracé y jugué con él. Una voz carraspeó detrás de mí y soltó una risita ahogada.
Me levanté de pronto, tan digno como pude, sujetando las patas delanteras de mi chucho. Mi nuevo vecino, alto y moreno, alargó el brazo, en señal de saludo.

- Buenas noches, ¿Qué tal? Soy Pierre – ¿Francés? - tu nuevo vecino, Nylon se coló en nuestro jardín mientras cenábamos, se llama así ¿No? O eso pone en la chapa
–Así con fuerza su mano. Tenía los dedos largos y delgados.- Debió de oler la barbacoa.

- Encantado, soy Victor, el dueño de este chucho travieso, ¿A qué eres un mal bicho tú? ¿Eh?- Sujeté sus orejas y peiné su lomo con los dedos- Siento si os ha causado algún problema, es muy juguetón, vamos, no dudo que oliera la carne, los animales tienen un olfato increíble para estas cosas.- Rió de buena gana- Ya ves como se ha abalanzado sobre mí.

- Para nada, lo cierto es que imaginamos que sería tuyo, James se acordaba de haberte visto con él paseando por el pueblo.- ¿Inglés? Se mecía con las manos en los bolsillos de la sudadera- Estaba llamando a tu casa, pero no contestabas. En fin, cuando te ha oído, ha salido corriendo.

- Sí, había salido a buscarle, ya me volvía pensando que tendría que regalar su cama y sus juguetes -Pensé rápido que más decir, era una conversación amena, pero un tanto forzada, pues no podía dejar de pensar en aquellas cajas- Oye, estaba pensando que, para agradeceros el favor, podríais pasaros un día de éstos por casa y os invito a un café o un té- Había sido demasiado lanzado, ¿lo había sido? Empecé a sudar, nervioso-

- Hombre, no tienes que agradecernos nada, ha sido un placer compartir la cena con Nylon, pero un café si te lo acepto- Sonreí aliviado.- Es bueno conocer a gente por aquí, más si son tus vecinos y sobre todo si eres nuevo como nosotros. -Soltó una carcajada.- Bueno, me voy a casa que estará James recogiéndolo todo y necesitará ayuda. Lo dicho, un placer, un día de esta semana nos pasamos por allí, ¿de acuerdo?

- Sin problema, estaré en casa toda la semana, simplemente llamar a la puerta- Se alejaba ya cuando levantó el brazo y se despidió con prisa.

Volví a casa, sonriendo como un tonto, mientras Nylon daba vueltas a mí alrededor. Esta vez logré entrar por la puerta principal, sin romper la llave. Mañana debía llamar al cerrajero a primera hora. Después de todo y gracias al perro, el día no había estado tan mal.
La luz de la cocina de los vecinos se apagó para esperar la nueva mañana.

martes, 26 de enero de 2010

14:28

La luz se filtraba por las alargadas ventanas anexas a la puerta, lamiendo con sus rayos todo lo que encontraba a su paso, mostrando con vergüenza la capa de polvo que se acumulaba sobre los muebles.
El sobre estaba sobre la consola del recibidor. Era abultado e inquietante. Era un extraño en mi casa, aunque bienvenido. Llevaba día y medio esperándome como lo había dejado. No sé por qué pretendía que se moviese. No lo iba a hacer por más que yo lo desease. Tampoco iba a cambiar de forma si lo mojase a la luz de la luna. Pero no era capaz de abrirlo, quemaba mi piel, como una piedra recién sacada de las ascuas. Y sin embargo no encontraría mejor remitente que mis manos. Esperaba que se volviese ceniza. Eso, comprendí, solo sucedería cuando me viera capaz de abrirlo, desentrañar su enigma, violar sus fauces y extraer el maldito huevo de oro.
El teléfono atronó en la sala de estar, sacándome violentamente de mi letargo.
No descolgué, pero esperé a escuchar el mensaje en el contestador automático.
Llevaba meses esperando esa llamada. .-. .Ahora sostenía sobre mis hombros dos oportunidades para avanzar y no tenía intención alguna de abandonar a la primera de cambio, por mucho que fuese a costarme.
La consola estaba a solo cuatro pasos, la alcancé de una zancada.
Como esperaba, un agente de la Editorial se había interesado por tu libro y en la carta expresaba educadamente su deseo de recibirme en su despacho. Contarme de primera mano lo mucho que le había gustado y explicarme a su vez todas las condiciones del contrato, aseguraba, cumpliría siempre y cuando yo estuviera de acuerdo. No podía evitar sentirme halagado, pero tenía la sensación de que sus palabras eran mera cortesía.
Descolgué el teléfono y señalé inquisitivamente varios números, esperando escuchar la voz que aliviaría de forma evidente la carga de mi otro hombro.
Antes de oír la señal de llamada, colgué el auricular y salí corriendo. Nylon me observó extrañado y movió su rabo inquieto.
Las puertas del furgón estaban abriéndose por fin.
Era mediodía y la bilis lamía eufórica las paredes de mi estómago. El temblor que me sacudió no pudo expresar como lo hicieron mis pupilas dilatadas la satisfacción que recorría mi cuerpo.
Aquello era todo un espectáculo y yo estaba sentado en primera fila.


No siempre me habían gustado las mudanzas, en realidad no me gustaban, pero el hecho de mudarse implicaba, por lo general, un cambio importante en la vida de las personas, sin importar hacia que lado se inclinase la balanza. Romper con la rutina me hipnotizaba.
Cuando era pequeño, me mudé por primera vez a la ciudad. Dejé en la aldea mi familia, mis amigos, mi infancia. Recuerdo el tractor que olvidé en la gasolinera de algún kilómetro comarcal. La lluvia golpeando los cristales y el quejumbroso y constante ronquido del motor. Recuerdo el silencio de mi padre y mi corbata húmeda. La noche en vela, acurrucado sobre el colchón sin somier en una habitación oscura y vacía. Fue un cambio brusco para mí, pero sobre todo fue triste.
Cuando escapé de casa, comprendí el efecto positivo que tenían las mudanzas, sobre todo porque era yo el que se iba, era yo el que cambiaba.

Los peones de mudanza iban y venían sin descanso. Aquel camión era un pozo sin fondo y cuando me disponía a aplaudir, otro camión surgió por la esquina de la manzana. El primero contenía cajas en su mayoría pequeñas, incluso diminutas. El segundo solo contenía cuatro, embaladas perfectamente y encajadas con cuidado dentro de unas estructuras de madera.
Eran sin lugar a dudas el premio que había estado esperando. Hizo falta la ayuda de varios peones para transportarlas al interior de la casa. Cuando terminaron la mudanza, se fueron como habían venido y aquí no había pasado nada. Sin embargo, en ningún momento aparecieron los dueños de la casa.
Mi marca de heroína no había hecho más que aumentar porque el enigma estaba complicándose, surgiendo en mí nuevas preguntas sin respuesta. Lo único que podía hacer era controlar el mono y esperar la llegada de los desconocidos.

Sin embargo, lo especial de esta mudanza era que me había devuelto el niño que llevaba dentro. Algún peón con corazón había dejado sobre el porche una caja rota, de la que sobresalía como el tallo débil en una semilla, el brazo rojo y mecanizado de un pequeño tractor de juguete.

sábado, 23 de enero de 2010

Martes de Paz

Era Enero y nevaba. La nieve se acumulaba sobre el alféizar como el polvo sobre el alto reloj de ébano. Cada vez que anunciaba las horas, su gran péndulo dorado se balanceaba como la campanilla de un lobo asustado en lo profundo de sus fauces. Las pelusas vibraban sobre el reloj a las doce de manera frenética.
Cuando los Nazis se empezaron a deprimir de asesinar a bocajarro inventaron las cámaras de gas, para no sofocarse.
La muerte habitaba en las ropas rancias y ametralladas y en los ataúdes apilados en las morgues. Una invasión de carteros acudía a los hogares para entregar noticias de muertos y no tan muertos, como una marabunta de carpas uniformadas atrayendo el mal presagio.
Cuando mi hijo volvió de la guerra, vació de paz, yo había tenido dos más. Se levantaba a pasear de madrugada, de noche lloraba en silencio, mojando unas sábanas limpias que ya no reconocía.
Mis hijos pequeños, asustados, preguntaban por qué un adulto se hacía pis en la cama.
- Porque puede- Respondía, luego les pegaba.
Una noche yo también mojé la cama. La guerra nos había desgastado los años.
Entonces, deseé que mi hijo hubiera muerto en la guerra. Yo no quería un fantasma entre mis sábanas. Un día no volvió.
Su larga ausencia no hacía más que confirmar su muerte. Desde que regresó de la trinchera, yo no había sido capaz de entrar en su cuarto, ahora tampoco lo haría. No quería descubrir una verdad tan cruel y cruda como la soledad de un padre.
Lo imaginaba acobardado bajo un puente, como en su trinchera de asfalto y mugre, a salvo del mundo y de sí mismo. Lo buscaba en los campos y senderos que circundaban el pueblo. Pero no apareció. Nos vestimos de luto y velamos su fotografía sobre el piano toda una noche. Al alba volvimos a la costumbre de vivir sin él, como si nunca hubiera vuelto de la guerra.

Llovió durante la primavera, sin tregua, inundando los valles profundos, mojándolo todo, lavando la sangre de las aceras y la grasa humana que rezumaba de las fosas.
En verano la guerra acabó. Ganamos, pero ¿A qué precio?
El mundo no comprendía que la guerra solo era una gran montaña de cuerpos tibios y engranajes violados, ahogados en la sinrazón de una destrucción irreparable y un dolor constante y aletargado.
Sin embargo esta guerra acabó como todas.
La gente colgó banderas en los balcones y aulló eufórica en las calles, inundándolas con los coloridos trajes de domingo.
Era martes, martes de Paz y mi hijo no regresó, ¿Qué había de paz en ello?
Le esperaba una familia herida, rota y magullada por el dolor. Unas sábanas limpias y secas, una rutina de silencios únicamente alterados por las campanas que anunciaban misas, comuniones y bautizos.
Era martes de Paz y mi hijo no regresó.
Después de todos estos años me acurruqué en su cama y lloré por primera vez, rasgando el alba con sollozos ahogados, desvelado por un dolor ciego que no entendía de sábanas mojadas ni de guerra ni de ausencia ni de muerte.
Lloré porque en lo más profundo de mi ser comprendí como solo un padre puede que mi hijo estaba vivo, pero su corazón no volvería a palpar lo humano de una sonrisa ni el calor de un abrazo. Porqué lo humano de mi hijo había muerto en aquella trinchera y nunca más volvería.

sábado, 16 de enero de 2010

9:45

Ayer por la tarde llegó un camión de mudanzas y aparcó frente a mi casa. Estuvo más de media hora con el motor rugiendo y sus cristales se empañaron.
En la superficie geométrica y metálica del furgón se podían leer unos grandes rótulos rojos: “El Sol Mudanzas, Instrumentos y obras de arte”. Lo cierto es que no me sonaba de nada. La luz difuminada y titilante de un cigarrillo se desplazaba en la cabina como una luciérnaga borracha.
No era yo el único que observaba el camión. Sin embargo, a diferencia de mis vecinos, yo me encontraba fumando y escuchando música, sentado en la baranda del porche. Las ventanas del vecindario sugerían gasas y dedos meciéndose sin fuerza, pero intrigados, con una mezcla de morbo y falso pudor.
Nylon se acercó al camión y estuvo olfateando sus ruedas con curiosidad.
No encontró lo que buscaba y volvió al jardín con el hocico barriendo la hierba.
El tercer cigarro se consumía en mis dedos cuando el motor cesó en su esfuerzo y se acalló en un redoble de martillos desafinados.
Alguien tosió en el interior de la cabina, provocando un ligero temblor sobre sus muelles. Decidí que no lograría descifrar ningún código oculto entre sus cables y pastillas de freno, así que silbé al chucho y entramos en casa.
Mientras me cepillaba los dientes, no podía dejar de pensar qué maravillosas obras de arte o pianos de cola podrían estar embalados dentro de aquel amplio furgón.
Instrumentos que debían de pertenecer a alguien afamado o con dinero. Pero, ¿quién se mudaría a una urbanización tan modesta pudiendo comprar una gran casa con sala de música y bibliotecas de ébano? Claro que también podía ser una mudanza convencional y sólo albergase muebles y lámparas pasados de moda. Incluso podía ser una tapadera y en su furgón se encerrase un centro de comunicaciones espía.
La espuma al punto de nieve empujaba en mis comisuras, impaciente por salir. El torbellino de agua y dentífrico emitió un ronquido acerado en el sumidero. Me gustaban las toallas ásperas que se volvían suaves al secarte en ellas. Me empujaba a los veranos en el pueblo, a las pozas y su olor a pino, a las meriendas a la sombra. Recordaba las onzas de chocolate que se derretían en mis dedos cuando era pequeño. Para mi era un fenómeno mágico, comparable al travestismo de los granos de maíz en la sartén o los cuerpos lustrosos escondidos bajo las fajas.
Pero no, esto era diferente. Había en su forma de estar un ligero matiz un tanto áspero. Era un gran regalo envuelto en un furgón y escondido en el desinterés de una “mudanza”. Desde luego estaba dispuesto a resolver aquel misterio, pues aunque para cualquiera era un simple camión de mudanzas, una intuición irracional como todas me empujaba a pensar en magia y superstición, en dinero y contrabando.

viernes, 15 de enero de 2010

10:45

Hace rato que lucho entre las sábanas por mantener los ojos cerrados pero es imposible desde el momento en que la luz lo invade todo.
Son las 10:45. Ayer pedí el día libre “por razones personales”.
Cuando me incorporo en la cama, Nylon salta sobre mí y olfatea ansioso.
Acaricio su lomo y sus enormes orejas. Mueve la cola, contento, y apoya su cabeza en mi vientre.
Está nublado y en la calle no se ve un alma. Es posible que todos mis vecinos hayan madrugado para ir a trabajar, a estudiar o a cualquier otra parte. El hecho es que no están ahí fuera. Estiro despacio frente a la ventana sin ningún reparo y bajo a darle de comer.
Enciendo el reproductor de música mientras Nylon bebe agua con avidez. Benjamin Costello inunda el comedor y llega hasta la cocina. Unto una tostada. Que sean dos. Preparo el café, en una taza pequeña, solo, dos hielos, sugar free.
En un día laborable hubiera tomado un café americano corriendo, porque desayunar tranquilo es un lujo que no todos podemos disfrutar. Por eso hoy me sabe más rico que de costumbre.
Cuando termino de recoger la cocina, subo a cambiarme y cojo la correa de Nylon. Un poco de ejercicio no viene mal.
Es una mañana no muy fría de primavera y una leve brisa acaricia las copas de los árboles más altos. Aquí, a nivel del suelo, siento el aire cuando mis pies se elevan del suelo. Balanceo acompasadamente los brazos en un acto inútil de dar un efecto de velocidad, supongo.
Nylon corre a mi lado con la lengua fuera ladrando de vez en cuando. Sí, también él lo echaba de menos. Su pelo largo ondea al viento como una bandera pero su figura es más esbelta que un simple trozo de tela. Quizás su mirada refleje más que cualquier otro símbolo sobre un asta de metal. Es un sentimiento natural y sencillo, sin complicaciones, sin colores ni elementos predeterminados.
Es pura y sencilla complicidad. Se le ve cómodo corriendo a mi lado y de vez en cuando me lo hace saber: gira la cabeza y me observa, compartiendo esa mirada cargada de significado.
Supongo que en este momento es realmente feliz.
Y, entonces, sale el sol, ¿qué importa lo demás?



12:45

Al cruzar el largo y estrecho portalón del Parque del Indiano la densidad del mundo cambia. Las flores ya han empezado a abrirse y surgen entre las matas de rosales y helechos pequeñas cascadas de un riachuelo que a cada poco inundan el aire de una fresca bruma. Los altos y frondosos castaños cubre el sendero de sombras y la pálida luz que los atraviesa crea haces donde los mosquitos se transparentan. Busco un banco para sentarnos y descansar. Antes de llegar al parque habíamos pasado por el estanco y la panadería. Sentado en el banco sujeto entre mis manos un apetecible pan de Viena recién horneado. Nylon lo mira con ojos hambrientos

Entre las sombras de los árboles se mueven, acordes, filas de hormigas que dentro de unas horas se alimentarán de las migas que estoy dejando.
Y, ¿quién se alimenta de nosotros?, ¿quién se alimenta de ti, a tantos metros bajo tierra? Dime, ¿sientes ahora el efecto de la gravedad sobre tu suite de luto?, ¿sientes la gravedad de la cadena alimenticia sobre tus pupilas, bajo tus costillas? Contigo la gravedad no reparaba en aquellos insectos sindicalistas, se limitaba al peso de tu cuerpo sobre el mío, a mis dedos bajo tu ropa, a mi aliento sobre tu nuca. Y ahora, sentado en un banco comiendo pan y observando hormigas del tamaño de mi cerebro, ¿qué es lo que me queda compadeciéndome a cada segundo?
Tú formas parte de mi vida, quizás me hayas trastocado y solo pueda pensar en aquellas oportunidades desgastadas, en tu bondad maltratada, en tu silueta, ahora un tanto corrompida por la maldita cadena alimenticia.
Soy un cobarde.


13:10

Me alejo del parque en silencio dejando migas de pan a mi paso, intentando construir un futuro no muy lejano pero, seguro, enfermo de canas.
Mis pisadas se vuelven constantes, rítmicas poco a poco, y elevo, cíclicas las piernas, eterno el aire. Dejo atrás el estanco, dejo atrás la panadería, dejo atrás el parque, el barrio y sigo corriendo por el bosque, como un autómata en un cuerpo de venas de cobre y sangre oxidada.
El aire del bosque es más húmedo y frío, silencioso y distante a su vez. Me irrita la garganta y seca mi boca. Podría parar, descansar y luego reanudar la marcha, pero el cuerpo no me responde, es un incendio de ideas, un colapso de objetivos y, como al reiniciar un ordenador, necesito descargarme y volver a recuperarme de a pocos.
Los rayos de sol mueren entre las ramas más altas para nacer verdes sobre sus hojas, y sin embargo éstas no arden ni calientan. Entonces, ¿por qué siento los rayos de luz sobre mi piel como abrasadoras lanzas?
Veo el fin del bosque entre el mar de helechos como un acantilado de rocas.
La luz se cuela entre los troncos y el aire se vuelve más humano.
Pegado al bosque que circunda el pueblo aparece el extremo de mi urbanización.
Lo he rodeado por completo para entrar por detrás como un gato sigiloso en busca de leche.
Decido caminar el trecho que me queda hasta casa, sin prisa. Todo lo que tenía que decir ya lo he dicho, todo lo que me he callado lo he sudado, lo he revelado en mis pupilas, lo he consumido en mis labios. Y sin embargo, no me siento tan vacío, tan hueco por dentro como un roble centenario. Supongo que es mejor así, pues siempre habrá algo con que llenarlo.
Llueve.

Forcejeo con la llave en la cerradura y giro dos, tres veces. Nylon araña la puerta, que se abre silenciosa. Sobre el parquet aparecen las cartas que el cartero había introducido por debajo de la puerta. Recibos, publicidad y una carta de la Editorial Ariadna. Vaya, ¿quién me ha llenado por dentro que no me caben las sonrisas?

jueves, 14 de enero de 2010

23:13

Nylon duerme en la entrada ajeno a lo que le rodea. La tele proyecta fantasmas sobre sus espectadores y eleva sombras palpitantes entre los muebles.

La silencié desde que los anuncios empezaron a darme claustrofobia.

Sostengo tu libro entre mis manos, no sé cuantas veces lo habré hecho, cien de cientos, qué más da, no dejaré de sentirte cerca cada vez que lea una palabra tuya y te imagine frente a la ventana tan radiante, tan en calma, feliz.


Al poco de que te fueras creí que podía alejarme de todo esto, irme allí donde realmente quisiera estar. Abrir de una vez los ojos, echarme a caminar con paso firme sin rumbo aparente, descubrir qué hay más allá de mi sombra, quizás más allá de la tuya. Pero fui incapaz desde el momento en que tu sombra dejó de entrelazarse con la mía. Fue como una brisa en el vacío y tan sólo me sentí indiferente. Porque cuando vi que la luz se apagó en tus ojos no pude volver a sentir nada.

Ahora, después de tanto tiempo, al observar la herida abierta sólo puedo sonreír al recordar tus últimas palabras: “ni se te ocurra llevar a Nylon a una perrera.”

Y ahí sigue tumbado noche tras noche junto a la puerta, pegado al radiador, no sé si esperando a que llegues o porque está buscando calor.

Si él pudiera creo que también leería tu novela, como lo haría tu madre, Ignacio, mi hermana y muchos amigos más.

Pero no la publicaste. Tampoco me dijiste que la habías escrito, así que comprenderás mi conmoción cuando sostuve con dedos temblorosos aquel manuscrito encuadernado, firmado por ti y fechado el día en que nos conocimos. Las hojas estaban amarillentas y las anillas del cuaderno habían desgastado sus agujeros.

La tarde que encontré tu novela estiró sus horas hasta el alba para dejarme leer sin reparos. Y desde ese momento, cada semana volvía a sumergirme en su lectura.

Sin embargo, hoy sólo sostengo tu libro. No voy a abrirlo por un tiempo. Lo haré cuando ya no sea sólo un ejemplar ni sus tapas tengan tacto de plástico ni sus hojas se mantengan unidas por anillas. Pero antes de eso necesito encontrar una editorial, un agente que se interese por él, y de momento ésta es mi única motivación.

Dejo el libro en la mesa y me voy a la cama. Mañana será otro día, un día para reflexionar y tomar decisiones.

Apago el despertador y retiro las sábanas. Se parece a un libro abierto en el que también has habitado, pero sí compartiste estas páginas conmigo y me recuerda de pasada que no siempre fui sincero. Entonces, apago la luz.

Qué mejor que soñar contigo.

miércoles, 13 de enero de 2010

9:15

Trabajar en el museo tiene sus ventajas, siempre y cuando saques partido a tu imaginación y busques maneras creativas de pasar el rato, cuando no dedicarte a observar los lienzos que ocupan las múltiples salas.

Pero desde luego no hay nada tan entretenido como ver el ir y venir de una heterogeneidad humana avasalladora.
Turistas a menos cuarto, excursión escolar en punto, inserso a las, ¡Oh, no!, nos avisan de que la tercera edad ha ocupado todo el perímetro.

Y entonces es inevitable, la paz que tanto ansío cuando me resguardo en el museo acaba por esconderse tras los cuadros.

El fluir de la gente en las amplias galerías convertía el paso del tiempo en algo subjetivo y enrarecía el ambiente. Los grupos discurrían poco a poco y concentraban sus miradas, así no sus mentes, en los cuadros y esculturas que les aguardaban impacientes en el interior, mostrando parte de una historia que contribuían en gran medida a crear.

Como una estatua más los veía recorrer los amplios salones y pasar a mi lado sin tan siquiera dirigirme una mirada, una inclinación de cabeza o una pregunta oportuna.

“Perdone, ¿la sala de los impresionistas?” hubiera bastado, o incluso “Por favor, ¿Podría decirme donde está el baño?”

Sin embargo para los visitantes formo parte del museo, como una columna de mármol o el reloj de la entrada. Hubiera sido como hablarle a la pared.


Hablar de mi vida en la ciudad sería hablar de una más de todas las vidas que se sumergen en las palabras insignificante, tedio, manada, bullicio, suerte o costumbre.

Arrastrado por el bullicio de la manada, boqueo en un mar de azufre sintiéndome afortunado de poder seguir una costumbre que no me lleve a pensar en ningún momento que podría abandonar la colmena y sobrevivir por mis propios medios.

Al fin y al cabo desde el que gobierna en la cima hasta el que sustenta la base temen ser excluidos de la pirámide, pues sería caer en las garras de la Indiferencia.

Lo inhumano de la ciudad a veces me confunde tanto que debo alejarme, observar como un desconocido y aceptar el hecho de que, realmente, no soy más que un trabajador del museo, como la guarda jurado o el limpia cristales.

A eso se le llama indiferencia, no al hecho de no conocerme sino al hecho de no querer hacerlo. Sería indagar en las entrañas del museo. Y nadie quiere sobrepasar las fronteras casi tangibles del imperio clasista de un tedio decadente.

20:15

Vuelvo a la sierra con el cuerpo hastiado y la mirada perdida sobre el mar de luces sanguinolentas que discurren por la autopista.

Ahora la radio sí me escucha, ahora soy yo el que canta, el que grita y el que fuma.
Sobrevivir a la ciudad y llegar a casa de una pieza es arduo cuando el mero hecho fuerza a nadar contracorriente. Lo siento, pero aun no he desarrollado escamas en el alma y nadar me moja cada día un poco más. Así me voy humedeciendo, desbordándose el llanto por mis ojos. Inmerso en el mar de asfalto, imagino el bíblico Nilo infestado. Lo cierto es que no hay mucha diferencia.

¿Acaso importa?

El tedio, la manada, el bullicio, la suerte y la costumbre me llevan sano y salvo a casa. Y es que ellos son los que dependen de mí y no van a dejarme caer.

lunes, 11 de enero de 2010

Trece Nudos

TRECE NUDOS


Yo nací en la aldea Río Claro. Deambulé por sus calles y sus campos, jugué en sus frescos patios y disfruté del verano bajo la sombra de una gran higuera.

Pero según fui creciendo, la aldea fue encogiéndose en mi recuerdo, y es que la abandoné muy pronto. Cuando rememoraba mi infancia, sus tejados chocaban sin querer contra mi sístole.

Hoy día se conserva igual que antaño.

Allí el asfalto no es asfalto sino heno y los edificios son tan sólo grandes y vetustos caserones indianos. Huele quizás a polvo y mimbre, a infancia y verano.

Lo sé porque he vuelto.

Ahora que escribo sentado en el porche la luz del día difumina mis esquinas y me apacigua. Era hora de volver. Y no me arrepiento.

Pero esta historia empieza lejos, en una ciudad de esas que pueblan el ancho mundo. Allí el asfalto es asfalto y los edificios no son otra cosa que grises y fríos edificios. Sus rascacielos se hunden en oscuras nubes y el verano se condensa en sus terrazas. Los gatos yacen acostados en los parques. Los vagabundos yacen fríos en los parques. Los árboles se yerguen sucios en las calles. La vida sigue.




El principio de un principio


8:30 a.m.


Cierro la puerta con fuerza y el coche se bambolea. Al arrancar, los faros iluminan las cajas apiladas del garaje y unos ojos fríos me observan entre sus sombras.

Me incorporo a la autopista, sin prisa, sabiendo que estará atascada a las 8:30.

Si llegara sobre las 8:25, incluso a las 8:29, los coches fluirían como la sangre lo hace en las venas.
Pero da igual, porque siempre he llegado, llego y llegaré más tarde de las ocho y media. No es costumbre, sino vicio, absoluto e ilógico vicio: Cinco minutos más en la cama, una ducha lenta, un café americano.

En el corazón del atasco apago la radio y observo a la gente que conduce a mi alrededor. Una mujer de cabello rubio piscina se limpia las gafas con un pañuelo a mi izquierda. A mi derecha un hombre de unos 50, de cabeza encerada y porte pulcro, conduce un gran todo terreno mientras bosteza una y otra vez, aún entre las sábanas.

Tres coches por delante, una mujer se atusa el pelo de volumen imposible y se pinta los labios de un rojo poderoso que destaca mucho más que el coche. Hablar con la mujer sería mantener una conversación con su lápiz de labios.

El conductor de un monovolumen baja la ventanilla y se enciende un Marlboro mientras traquetea con los dedos sobre el volante.
Y así una larga lista sin contar con el que canta a voces algún tema de la radio, ni con el que se hurga en la nariz ni tampoco con el que habla por teléfono, poseído.

Y yo, sin música ni tabaco ni rojo escarlata me miro en el retrovisor y gesticulo caras raras intentando, en vano, disimular las ojeras que tan amablemente convierten mi cara en la de un tejón.

lunes, 4 de enero de 2010

Víciame con tu destokaje
al 40x100 to
Aunque siempre te quiero
al 100x100
Pero hazlo,
me da igual que no rindas
Como siempre
Si al menos
un poco de ti se altera
al verme,
porque me recuerda
que hubo tiempo que estuve
en el escaparate
y la gente me miraba
sin necesidad de rebajas
ni descuentos.
Sin embargo,
Nadie devaluará mi valor
Nunca más
Como tu lo hiciste,
Como yo mismo lo hice.
Una y no más sería un buen eslogan,
Pero me temo que ya tropecé
Con esa piedra al menos
Dos o tres veces
Y acabé por mancharme de carmín
de ese que se impregna y no se va.
Eso terminó para mí.
Entonces se me vetó el paso
Al edén, sin embargo,
hoy me codearé
con manzanas bien rojas
y apetitosas y bajará el pecado
por mis labios.
Recuerda que hoy soy libre de todo
Hoy soy,
Mañana ya se verá