jueves, 17 de diciembre de 2009

Detuve la nieve

con mis manos,

Impidiendo que cubriera

Con su escarcha

Tu mirada,

Congelada

Por siempre

En el segundo

Latente y frío

De este invierno.

Pudo ser

en primavera o verano,

Pudo ser frente al mar

o quizás en otoño,

Pero no juzgo

Que esta noche fuera

La adecuada,

Pues

¿Cuándo estamos preparados

para irnos sin billete de vuelta?

Pero te fuiste hoy,

Cubriendo mi cuello

Con tu último aliento.

Apenas pude ver tu rostro

Tras la lluvia caliente

de mis ojos.

Supe que sonreías,

Siempre lo hacías

Y ahora estoy solo

una vez más

esta noche ,

contemplando

la lluvia convertirse en polvo

y derretirse en tus labios.

Hoy olvidé como hablar,

te llevaste mi voz contigo

Y desearía que estas palabras

fueran las últimas

que salieran de mis labios.

Sin embargo, tu me enseñaste a usarla

Y no dejaré que tu logro se pierda

Por una muda voluntad.

Solo déjame estar en silencio

un rato más a tu lado,

escuchando como suena el viento sin ti

respetando este eterno bucle de escombros

ahondando la nieve en mis hombros,

descansando de este infierno por fin.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Arde el Silencio

¿Quién apaga el fuego?
¿Quién construye
estados cálidos y mudos
de amor y esperanza?
no seré yo quien lo haga
¿Quién quiere una estancia
cálida y silenciosa?
¿Quién una calidez acolchada?
¿Quien una cama ahondada?
¿Quién no lo quiere?
Pero ahora todo es frío,
se mitigan las horas
con su crujido de escarcha,
con su aliento manchado
de sexo en la cama.
Te has ido
y el silencio arde
en las llamas
y se extingue en
sus yescas
y se apaga
un quejido
con un crujido
de balas.
No volveré a estar templado sin ti
ni temblaré al verte
ni susurraré en tus oídos
juegos de adultos
húmedos y constantes.
Tú eras mi calidez
y los gemidos al alba
y mi cuerpo erizado
y las manos en mi espalda.
sin embargo el silencio
se extiende por mis costillas
y me nubla el habla
clavando el temor
con sus garras
Te espero, despierto,
frío en el alba,
la luna se muere
con tu ausencia,
las sábanas secan
la humedad de mis lágrimas.
¿Quién quiere una estancia fría y ruidosa?
¿una calidez afilada?
¿una cama en brasas?
Solo quedan cenizas
cubiertas de escarcha.
Fui yo quien te quiso
te amo en esta cama.
Fui yo el último
que rodeo tus labios
y beso tus nalgas
escuché tu risa,
quizás por siempre malgastada.
Fui yo quien te quiso
y ahora te marchas.
Arde el silencio en las llamas.
Arde la cama sin dueño.
Arde la sangre sin cuerpo.
Todo se apaga,
Nada es eterno,
Se estanca la muerte entre tus manos
Y no fluirá por tus dedos para caer al suelo
La plaga del frío se alimenta de entrañas.
Luego iré yo
En silencio
Mudo de espanto,
a morir en las llamas del tiempo.
Dime,
hay al otro lado
camas calientes,
silencios acolchados,
sabanas manchadas de sexo
Dime
¿hay algo?
¿Qué nos aguarda?

martes, 24 de noviembre de 2009

Sociedad continua




A ti, Sociedad,

que te has desbocado

en una estepa

llena de agujas.

Sigues avanzando

sobre el metal,

bajo tus pies,

cosiéndote

los huesos

a la piedra.

Te impulsas

con los brazos

y hundes

las agujas

en la carne

buscando

la agonía,

intentando,

en vano,

mitigar

el peso duro

de su llanto,

clavado

en tus tímpanos,

enraizado

en tus entrañas.

Alegoría

del niño destetado,

intruso

en un útero

mancillado de VIH,

de muerte a largo plazo

con IVA e IRPF

bajo el brazo.

Sociedad continua

de corriente alterna,

busca el cable

adecuado

que desconecte

las mentes

de sus envases.

- Robots de sangre,

orín y escombros

de alambre,

de jardín.

Huecos por dentro,

Iguales por fuera -



Victor Nogales Pantoja

lunes, 23 de noviembre de 2009

Ceniza

CENIZAS

Crucé la calle recién nevada. Todo estaba oscuro, pero se apreciaba el contraste de las profundas pisadas sobre la nieve, que ocultaba el camino a mis pies. Pocas ventanas aparecían iluminadas a esas horas de la noche y su tenue luz no hacía más que acrecentar el carácter subjetivo del momento, por otro lado perfecto. Así lo habrías querido.

El aliento antiguo del mar reverberaba sobre los edificios, metálicos, geométricos.

Era un oleaje lento, un perfecto engranaje de latidos cadenciosos atados a la fuerza natural del mundo al que pertenecía.

Una barca, sujeta al muelle, emitía un sonido hueco cada vez que las olas chocaban contra sus maderos. Era una noche atípica, sin luna ni viento, tan solo una brisa helada. Me senté en un banco del paseo de cara a la playa y escuché.

Solo el mar, solo eso. Sujetaba sobre el pecho una pequeña urna de madera lacada.

Todo lo que habías sido en vida se encontraba dentro de ese objeto frío, convertido en cenizas. Te apoyé con cuidado sobre las tablas y acaricié tus bordes curvos y lisos. Ahora eras azul como la noche. No pude evitar sonreír al recordarte frente al mar con los pies sumergidos en la orilla. El cáncer pudo con tu cuerpo, no con tu alma.

Ahora habitabas dentro de mis axiomas, en cada uno de mis sístoles y diástoles.

- Nuestro último cigarro, compañero - Refugié el mechero entre mis manos y encendí el cigarro que colgaba de mis labios

- Eres un jodido capullo. Te echo tanto de menos -

Las volutas de humo se escondieron de la luz fundiéndose con la noche.

La nieve se oscureció al tacto de tu cuerpo polvoriento y en la orilla la espuma de las olas lamió tus entrañas hasta diluirlas en el aliento antiguo del mar.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Caramelo para Carol

Carol estaba sentada frente a un gran helado de nata con nueces en la heladería que daba esquina justo con la Avenida de Don Fabricio y la Calle de Mar del Norte.

Miraba su copa de helado con fervor. Era una copa de cristal reluciente de la que goteaban de vez en cuando pequeñas gotitas blancas de su cima. Estaba llena hasta los topes del riquísimo y empalagoso helado más rico que nunca se había inventado, para opinión de Carol: Delicioso Helado de Nata con Nueces.

Con los brazos levantados, en una mano sujetaba una gran cuchara de plástico de esas de cafetería. Con la otra sujetaba la copa de cristal como sujetan sus porcelanas chinas las estiradas ancianitas de la alta sociedad.

Bueno, en realidad Carol no se llamaba Carol, sino Carolina Estefanía Sonia, el típico nombre que se le pone a alguien al que se le quiere arruinar la vida. Pero eso a Carol en estos momentos le daba igual pues nada podía estropear el momento.

Ella, la cuchara y el helado más grande que había visto en su vida.

Con una delicadeza de mama leona Carol metió la cuchara en la copa hasta hundirla por la mitad y luego hizo palanca. Quería que el helado se le saliera por las comisuras así que no le importó que un poco cayera en el plato, ya lo lamería luego cuando se derritiese. Giró la muñeca en un afán de que la bola enorme de helado le cupiera en la boca. La camarera no había visto nada igual y se había quedado pasmada mirándola a medio secar unos cubiertos. La pobre debía temer por Carol, pues sino a la primera, a la segunda cucharada como esa el cerebro se le congelaría y los ojos explotarían en minúsculos cubitos de hielo.

Cerró la boca, los ojos y degustó el helado muy despacio. Poco a poco fue tragándose el helado hasta que abrió mucho la boca y sopló un mechón que le colgaba por delante de las gafas. Acto seguido miró el helado dubitativa y con un dedo en la boca dijo a la camarera:

- Perdone señorita camarera, tendría usted la amabilidad de acercarme un bote de sirope de caramelo. Si no lo hubiera de caramelo que sea de chocolate. Muchas gracias-

Sonrió risueña y colocó las manos en las rodillas esperando a la amable camarera.

Ésta, que no salía de su asombro, acercó veloz y servicial el sirope de caramelo a Carol. La heladería estaba casi vacía y el hecho de que una niña acudiera sola tampoco extraño mucho a la camarera, pues era pleno verano y muy pocos eran los que se quedaban en la ciudad en esta época.

- Pequeña, come despacito que esta muy frío y te puede sentar mal y no te eches mucho sirope pues se comerá el sabor de la nata.

- Muchas gracias por el consejo. Entonces tan solo echaré unas cucharaditas.

- A propósito niña…

- Carol, llámame Carol por favor, camarera…ana lucía.- Titubeo al leer la chapita que llevaba sujeta al mandil la diligente mujer.

- Claro he, Carol, te preguntaba, no querría ser grosera, pero, ¿Cómo es que has venido tu solita hasta acá?, a la heladería, digo.

- Ha, no se preocupe, mi mama está comprando unas tiendas más allá - dijo señalando por la ventana - y llegará según acabe. Como tenía calor le pedí si me dejaba tomar un helado. Me dio unas monedas y buscando buscando encontré la heladería. Quería comprobar si los helados eran tan grandes como los que había en el cartel. Sabe, me encanta el helado.

Sonrió tan feliz que los ojos se le achinaron.

- Y, ¿Cómo va a saber tu mama en que heladería has entrado?

Carol, muy convencida, respondió:

- Mi mama vendrá hasta aquí, sabrá como encontrarme.

Como vio que no iba a hablar más y que sujetaba el alargado bote de sirope con determinación no insistió. Volvió tras la barra y siguió con los cubiertos.

Poco a poco y según la aguja del reloj iba rotando de número en número, Carol acabó el helado, arrebañó la copa, chupó la cuchara y lamió el plato, pero su madre no aparecía. Siguió sentada mirando la tele colgada en una esquina. Estaba en un canal de música latina y no hacían más que aparecer gente medio desnuda bailando salsa, cumbia y otros tipos de bailes calurosos. Miraba a la tele, sonreía a la camarera y volvía a mirar a la tele. Así durante unos largos minutos en los que tan sólo sonaba el canal de música.

Ya cuando la camarera creía tener que adoptar a la risueña niña por no dejarla tirada en la puerta de la heladería, una mujer pasó por delante del gran ventanal de la heladería llena de bolsas y acalorada. Una gran pamela rosa de telas vaporosas ondeaba como una bandera sobre la mujer que parecía tener metida una escoba por el trasero. Sus andares de mujer fatal se encajaban en un vestido veraniego de tonos pasteles y unos elevados tacones que tenían la pinta de costar el sueldo de la camarera de todo el verano.

Paso de largo sin tan siquiera fijarse y el sonido de los tacones al alejarse casi mudo se fundió en el paisaje urbano.

- No se preocupe volverá- Dijo de repente Carol a la estupefacta camarera.

No sabía que era más raro si los sucesos de esa tarde o haberse despertado toda pintada de verde en una cueva y con cola de merluza.

Unos minutos después el sonido de unos muchos, muchísimos caballos inundó la avenida de Don Fabricio, que hasta el momento había permanecido casi vacía y en silencio, y precedió a un gran coche descapotable de lujo, una preciosa antigualla restaurada.

El coche frenó de golpe frente a la heladería y una mujer con ademanes agitados saludó a la niña con la mano y sonrió detrás de unas gafas negras desproporcionadas.

Sólo entonces, después de estar toda la tarde sentada en el cómodo sillón de la heladería, Carol se levantó y dejó el dinero sobre la barra. Unas cuantas monedas y un papel de chocolatina.

- Quédese el cambió. Huy, perdón, eso es mío.- Y recogió el papel. Lo arrugó y lo tiró a la basura.- Muchas gracias por todo, ha sido usted muy amable por aguantarme durante toda la tarde. Si vuelvo a pasar por aquí no dudaré en hacerle una visita. A usted y al helado.

- Muchas gracias a ti, Carol. Ha sido un placer. Vuelve cuando quieras.

Y como vino, Carol desapareció por la puerta, se montó en el coche y se fue no sin antes echar una última mirada al letrero de la heladería.

El sol se puso en la Avenida de Don Fabricio una vez más y sus rayos veraniegos se reflejaron sobre la cristalera de la heladería que hacía esquina, donde, cuentan las malas lenguas, que una niña de tomar tanto helado se le congeló el cerebro y sus ojos estallaron en minúsculos cubitos de hielo.

Otros cuentan que la madre, si es que la había, nunca vino a por la niña y que ahora la niña es la camarera y es por su helado de nata con nueces y caramelo extra grande que la heladería se ha convertido en la más confluida de todas las de la ciudad, que digo, de todo el país, que digo de todo el mundo. Pero quizás ninguna de estas historias sea cierta o todas tengan un punto de verdad o quizás la historia en sí sea una patraña, pero como iba diciendo, esa es otra historia.

Víctor Nogales Pantoja

XXVI · I · ºg

Placebo - I know

http://www.youtube.com/watch?v=DZP4lbp9jBA

Lauryn Hill - I Gotta Find Peace of Mind

http://www.youtube.com/watch?v=EyOhUXsGqak

viernes, 10 de julio de 2009

8:30 a.m.


Cierro la puerta con fuerza y el coche se bambolea. Al arrancar, los faros iluminan las cajas apiladas del garaje y unos ojos fríos me observan entre sus sombras.

Salgo a la autopista, sin prisa, sabiendo que volverá a estar atascada a las 8:30.

Si llegara sobre las 8:25, incluso a las 8:29, los coches fluirían como lo hace la sangre en las venas.
Pero daría igual, porque siempre he llegado, llego y llegaré más tarde de las ocho y media. No es costumbre, sino vicio, absoluto e ilógico vicio: Una ducha lenta, una corbata enredada, un café americano.

En el corazón del atasco apago la radio y me dedico a observar a la gente que conduce a mi alrededor. Una mujer de cabello rubio piscina se limpia las gafas con un pañuelo a mi izquierda. A mi derecha un hombre de unos 50, de cabeza encerada y porte pulcro, conduce un gran todo terreno mientras bosteza una y otra vez, aún entre las sábanas.

Tres coches por delante, una mujer se atusa el pelo de volumen imposible y se pinta los labios de un rojo poderoso que destaca mucho más que el coche. Hablar con la mujer sería mantener una conversación con su lápiz de labios.

El conductor de un monovolumen baja la ventanilla y se enciende un Marlboro mientras traquetea con los dedos sobre el volante.
Y así una larga lista sin contar con el que canta a voces algún tema de la radio, ni con el que se hurga en la nariz ni tampoco con el que habla por teléfono, poseído.

Y yo, sin embargo, sin música ni noticias ni tabaco ni rojo escarlata me miro en el espejo de mi coche y gesticulo caras raras intentando, en vano, disimular las ojeras que tan amablemente convierten mi cara en la de un tejón.

TRECE NUDOS

PRóloGO


Yo nací en la aldea Río Claro. Deambulé por sus calles y según fui creciendo la aldea fue encogiéndose en mi recuerdo. Porque la abandoné muy pronto y no regresé hasta mucho tiempo después. Pero la tuve siempre presente y cuando rememoraba mi infancia, sus tejados chocaban sin querer contra mi sístole.

Sin embargo, hoy día se conserva igual que antaño.

Allí el asfalto no es asfalto sino heno y los edificios tan sólo son grandes y vetustos caserones indianos. Recuerda quizás al aroma del café y mimbre, a infancia y verano.

Lo sé porque he vuelto. Ahora que escribo sentado en el porche, la luz del día difumina mis esquinas y me apacigua. Era hora de volver. Y no me arrepiento.

Pero esta historia empieza muy lejos, en una ciudad más de todas las que pueblan el ancho mundo. Allí el asfalto es asfalto y los edificios no son otra cosa que grises y fríos edificios. Sus rascacielos se hunden en las nubes negras y el verano se condensa en sus terrazas. Los gatos yacen acostados en los parques. Los vagabundos yacen fríos en los parques. Los árboles se yerguen sucios en las calles.

La vida sigue.