jueves, 18 de noviembre de 2010

Nadie

Toda una vida para darte lo que quiero. Y sin embargo te vas, te has ido, te fuiste. Bueno, el tiempo pasa. Ahora es distinto y el cigarro se ahoga en el cenicero y el té se enfría en la taza.
Hace un minuto esa nube no estaba ahí y tampoco esa mancha en la camisa, pero debo adaptarme. Y mi hermana me mete prisa y el té sigue caliente. Nos llevamos unos, varios, muchos años todavía, y es ella quién me los quita cuando sonríe de esa forma tan suya, tan torcida e inocente. Sí, lo sé, son dos conceptos difíciles de mezclar, pero la inocencia siempre se tuerce. Tarde o temprano.
Otra vez el tiempo que no cesa, que no espera.

¿El tiempo envejece o madura?

No sé nada.
Y tú lo sabes todo, hasta que yo no sé.
Gira, cuchara, gira, aspira niño el humo de mi cigarro, algún día morirás igual que yo, y ella no me habrá dado tiempo para nada.
En Sarajevo ya no se caen los tejados por las bombas, pero ella me contó que cuando paseas por sus calles te duelen sus tejas, tan retorcidas de no saber a quién pertenecen.
Y es que el tiempo sigue oxidando el hierro en las metrallas de Sarajevo.
Como lo hace aquí.
Como lo hace en todas partes.

Ahora tomo el té sin azúcar y es tu culpa, por haberme embestido con tu comida saludable y pausada los domingos por la tarde. Vocifero a la televisión por tanta patraña y pulso el botón del mando tan fuerte como si así pudiera matarla.
Yo solo quiero mi té y mi cigarro de las mañanas.

El bourbon de ayer se ha colado en mi cabeza y mis tripas se quejan. Y la insatisfacción de no poder amarte ni escribiendo, me dilata el estómago. A mí, que me gustaba esconderme en los cafés con un libro en las manos, hoy ni libros ni anonimato en los bares, porque algo de mí se ha perdido en tus ojos y no quieres devolvérmelo. Desnúdame por dentro de la ropa y busca la pieza que falta. Lleva tu nombre escrita.
Mientras tanto te cuento que ayer no paraba de repetir una y otra vez al teléfono:

Just say love
Just say love
Just say...

Y Nadie contestó y me dijo que tú no estabas y que ahora yo era Nadie para ti.

Cómo duele ser Nadie.

Por eso me di al bourbon con fervor y parsimonia, sabiendo que tenía todas las noches para olvidarte.

Podría contar el paso del tiempo con las caladas de un cigarro, pero se quedaría corto. Podría hacerlo con los sorbos de té. Y aun sería corto. Podría repetir tu nombre, pero de nada valdría si tú no me escuchas. Así que a la mierda el tiempo y sus tejas oxidadas y tus comidas verdes y bajas en azúcar.

Solo quiero dormir tanto como la vida me deje y como mi hermana me permita.
Y su agonía de tacones. Y su estruendo de pulseras.
Tanto la quiero que la aborrezco a veces. Con consistencia.

Yo sólo pedía tiempo para amarte y que me dejaras mañana alisar las arrugas de tu rostro para encontrarte. Necesito todo el aire del mundo cuando me mareo. Y ahora necesito aire, pero solo tengo tiempo. Tiempo para entender que no me quieres y que tampoco lo harás mañana. Porque tú no estirarás mis arrugas para encontrarme.
Como haría yo.
Como se hace en todas partes.





Qué manera más tonta de desperdiciar el té.