lunes, 23 de noviembre de 2009

Ceniza

CENIZAS

Crucé la calle recién nevada. Todo estaba oscuro, pero se apreciaba el contraste de las profundas pisadas sobre la nieve, que ocultaba el camino a mis pies. Pocas ventanas aparecían iluminadas a esas horas de la noche y su tenue luz no hacía más que acrecentar el carácter subjetivo del momento, por otro lado perfecto. Así lo habrías querido.

El aliento antiguo del mar reverberaba sobre los edificios, metálicos, geométricos.

Era un oleaje lento, un perfecto engranaje de latidos cadenciosos atados a la fuerza natural del mundo al que pertenecía.

Una barca, sujeta al muelle, emitía un sonido hueco cada vez que las olas chocaban contra sus maderos. Era una noche atípica, sin luna ni viento, tan solo una brisa helada. Me senté en un banco del paseo de cara a la playa y escuché.

Solo el mar, solo eso. Sujetaba sobre el pecho una pequeña urna de madera lacada.

Todo lo que habías sido en vida se encontraba dentro de ese objeto frío, convertido en cenizas. Te apoyé con cuidado sobre las tablas y acaricié tus bordes curvos y lisos. Ahora eras azul como la noche. No pude evitar sonreír al recordarte frente al mar con los pies sumergidos en la orilla. El cáncer pudo con tu cuerpo, no con tu alma.

Ahora habitabas dentro de mis axiomas, en cada uno de mis sístoles y diástoles.

- Nuestro último cigarro, compañero - Refugié el mechero entre mis manos y encendí el cigarro que colgaba de mis labios

- Eres un jodido capullo. Te echo tanto de menos -

Las volutas de humo se escondieron de la luz fundiéndose con la noche.

La nieve se oscureció al tacto de tu cuerpo polvoriento y en la orilla la espuma de las olas lamió tus entrañas hasta diluirlas en el aliento antiguo del mar.

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