viernes, 10 de julio de 2009

TRECE NUDOS

PRóloGO


Yo nací en la aldea Río Claro. Deambulé por sus calles y según fui creciendo la aldea fue encogiéndose en mi recuerdo. Porque la abandoné muy pronto y no regresé hasta mucho tiempo después. Pero la tuve siempre presente y cuando rememoraba mi infancia, sus tejados chocaban sin querer contra mi sístole.

Sin embargo, hoy día se conserva igual que antaño.

Allí el asfalto no es asfalto sino heno y los edificios tan sólo son grandes y vetustos caserones indianos. Recuerda quizás al aroma del café y mimbre, a infancia y verano.

Lo sé porque he vuelto. Ahora que escribo sentado en el porche, la luz del día difumina mis esquinas y me apacigua. Era hora de volver. Y no me arrepiento.

Pero esta historia empieza muy lejos, en una ciudad más de todas las que pueblan el ancho mundo. Allí el asfalto es asfalto y los edificios no son otra cosa que grises y fríos edificios. Sus rascacielos se hunden en las nubes negras y el verano se condensa en sus terrazas. Los gatos yacen acostados en los parques. Los vagabundos yacen fríos en los parques. Los árboles se yerguen sucios en las calles.

La vida sigue.

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