jueves, 14 de enero de 2010

23:13

Nylon duerme en la entrada ajeno a lo que le rodea. La tele proyecta fantasmas sobre sus espectadores y eleva sombras palpitantes entre los muebles.

La silencié desde que los anuncios empezaron a darme claustrofobia.

Sostengo tu libro entre mis manos, no sé cuantas veces lo habré hecho, cien de cientos, qué más da, no dejaré de sentirte cerca cada vez que lea una palabra tuya y te imagine frente a la ventana tan radiante, tan en calma, feliz.


Al poco de que te fueras creí que podía alejarme de todo esto, irme allí donde realmente quisiera estar. Abrir de una vez los ojos, echarme a caminar con paso firme sin rumbo aparente, descubrir qué hay más allá de mi sombra, quizás más allá de la tuya. Pero fui incapaz desde el momento en que tu sombra dejó de entrelazarse con la mía. Fue como una brisa en el vacío y tan sólo me sentí indiferente. Porque cuando vi que la luz se apagó en tus ojos no pude volver a sentir nada.

Ahora, después de tanto tiempo, al observar la herida abierta sólo puedo sonreír al recordar tus últimas palabras: “ni se te ocurra llevar a Nylon a una perrera.”

Y ahí sigue tumbado noche tras noche junto a la puerta, pegado al radiador, no sé si esperando a que llegues o porque está buscando calor.

Si él pudiera creo que también leería tu novela, como lo haría tu madre, Ignacio, mi hermana y muchos amigos más.

Pero no la publicaste. Tampoco me dijiste que la habías escrito, así que comprenderás mi conmoción cuando sostuve con dedos temblorosos aquel manuscrito encuadernado, firmado por ti y fechado el día en que nos conocimos. Las hojas estaban amarillentas y las anillas del cuaderno habían desgastado sus agujeros.

La tarde que encontré tu novela estiró sus horas hasta el alba para dejarme leer sin reparos. Y desde ese momento, cada semana volvía a sumergirme en su lectura.

Sin embargo, hoy sólo sostengo tu libro. No voy a abrirlo por un tiempo. Lo haré cuando ya no sea sólo un ejemplar ni sus tapas tengan tacto de plástico ni sus hojas se mantengan unidas por anillas. Pero antes de eso necesito encontrar una editorial, un agente que se interese por él, y de momento ésta es mi única motivación.

Dejo el libro en la mesa y me voy a la cama. Mañana será otro día, un día para reflexionar y tomar decisiones.

Apago el despertador y retiro las sábanas. Se parece a un libro abierto en el que también has habitado, pero sí compartiste estas páginas conmigo y me recuerda de pasada que no siempre fui sincero. Entonces, apago la luz.

Qué mejor que soñar contigo.

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